Lo que me importa no es mi acercamiento a una realidad sino a un lenguaje. Me importa mucho el que habla, su modo de decir fabricará un mundo que percibiré o no. Lo que diga llega a ser verdad sólo sí primero lo ha sido su tono. No se trata de imágenes. Nunca ha sido mi asunto describir y hacer precisiones sobre un hecho más o menos truculento sino aplicar una escala de tonos como un pintor o un músico armonizan, el resto lo hará quien sea que me acompañe interesándose o no en mi palabra. La literatura trata sobre un lenguaje que yo escucho y que no siempre entiendo. Y el silencio –claro-, es lo más crucial: inicia o termina toda relación. Cuando alguien calla, todas sus palabras toman relieve para que yo sienta su peso verdaderamente cósmico.

Julio 3, 2011


domingo, 30 de octubre de 2011

Para iniciar

Quridísima Celi:


Para empezar:
He aquí el síntoma del investigador obrero expuesto por Heidegger según Gadamer:
"Como es sabido, Heidegger piensa que el rasgo unificador en la historia de la metafísica, que configura el pensamiento occidental en su desarrollo desde Platon hasta Hegel, es su creciente olvido del ser. Mientras el ser del ente se erija en objeto de la pregunta metafísica, el ser en sí mismo no podrá ser pensado de ningún otro modo que no sea desde el ente que constituye el objeto de nuestro conocimiento y nuestros enunciados".


Como podrás ver, esto es justamente poner al texto por encima de su lector como cuando te dicen "¿y tu quién te crees que eres?". El ensimismamiento narcisista del investigador obrero equivale al especialista en levantar muros. Salvo que habríamos de pensar mucho mejor esta afirmación, se puede adelantar que el quehacer de este sujeto se reduce a colocar sus ladrillos sin más ayuda que la de un plomo.  Muchas veces (casi nunca) sin pensar en el terreno en el que se asientan y mucho menos en el espacio que se construye. Mencionar que va a ser una persona como él quien habitará esas paredes le tiene sin cuidado, por supuesto. El final es de sobra conocido: la vista de los más  aterradores son una especie de murallas muy familiares al viejo muro de Berlín, y los menos (ya se ve que esto es un eufemismo) a esas vulgares cajoneras que abundan en nuestra delicadísima ciudad. Esta clase obrera, claro, no es la que tenía en mente el joven Marx.


Nos vemos pronto.
Javi.

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Lo mío, lo mío, no es nada. Un par de piecitas de Wim Mertens, un bolígrafo. Nada. Miles de síntomas. Lo que pienso por ahora es de lo más predecible porque la inteligencia es finita. Siempre ha sido la imaginación quien ha hecho la diferencia. La inteligencia siempre puede ser una virtud, también una perversión. La imaginación sólo posibilita un futuro menos arduo.