Lo que me importa no es mi acercamiento a una realidad sino a un lenguaje. Me importa mucho el que habla, su modo de decir fabricará un mundo que percibiré o no. Lo que diga llega a ser verdad sólo sí primero lo ha sido su tono. No se trata de imágenes. Nunca ha sido mi asunto describir y hacer precisiones sobre un hecho más o menos truculento sino aplicar una escala de tonos como un pintor o un músico armonizan, el resto lo hará quien sea que me acompañe interesándose o no en mi palabra. La literatura trata sobre un lenguaje que yo escucho y que no siempre entiendo. Y el silencio –claro-, es lo más crucial: inicia o termina toda relación. Cuando alguien calla, todas sus palabras toman relieve para que yo sienta su peso verdaderamente cósmico.

Julio 3, 2011


martes, 1 de noviembre de 2011

Un cuento

El pescador


-¿Un gato? ¿Un pez?
-Él es pescador.

¿Y por qué parece que siempre te tuercen la cara?
¿Qué con que se le meta el gancho al pez?

Él era su padre y la punta del bigote le colgaba abajo de la boca. Puso la carga en su hombro, así como estaba, con una rodilla en el piso y se enderezó, de ésta forma había aprendido –por la espalda, comentaba él.

Con la mano buena el chico recogió los triques del pescador. ¿De dónde saca papá esas palabras, trique? Y echó a andar.

Era tarde, el sol advertía que no quedaba mucho, había que apurarse a cuantificar la ganancia marina y dejar la embarcación lista para mañana. El mar también hizo un gran esfuerzo no le quedaba más remedio que babear espuma.

Ya hacía un año algo así podía capturar lo que fuera el tamaño era una tontería  Dios ni siquiera me enteraba que en este sitio el oficio es lo más importante tal vez debería irme fue mala suerte primero había sido un gran lance y de dónde nos llegó el otro si hubiese estado amarrado y aún así casi lo mato yo solo cómo 80 kilos y después mi mano ya no estaba me faltó aire que negra es la sangre y el mar nunca lo sentí así se puso de parte del pez maldito animal hasta que papá lo atravesó un minuto dos qué anduvo haciendo tanto tiempo?

El pescador y el chico; uno no distinguía, menos a ésta hora, a uno de otro. Si no fuera por las manos.

Entraron, él miró a su madre, y ella no quitaba su cara. Ella antes presumía. Ahora...bueno era su madre.

¿Buena pesca?

nov 15, 2000 

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Lo mío, lo mío, no es nada. Un par de piecitas de Wim Mertens, un bolígrafo. Nada. Miles de síntomas. Lo que pienso por ahora es de lo más predecible porque la inteligencia es finita. Siempre ha sido la imaginación quien ha hecho la diferencia. La inteligencia siempre puede ser una virtud, también una perversión. La imaginación sólo posibilita un futuro menos arduo.